Azul eterno


Me encanta mirar al cielo.

Hay veces en que luego de un suspiro, un par de pasos o tres latidos del corazón recién me percató de que mi mirada se pierde en la infinidad del azul que nos cubre con su infinidad de matices.

Hay veces en que de pronto recuerdo que por algún motivo me reconforta hacerlo, entonces como un reflejo inconsciente esbozo una sonrisa cómplice y elevo mi mirada al infinito.

Pero sin duda cuando más lo disfruto es cuando quedo pegado por cuadras y cuadras, desviando la mirada ocasionalmente solo para chequear el color en la luz del semáforo o si hay algún obstáculo a esquivar en mi camino. Y aprovecho este rincón para confesar que cuando lo hago es respondiendo a un llamado.

¿Un llamado?... Sí, un llamado. No se a que, no se de quien ni porque. Solo sé que hay ocasiones en que siento una imperiosa necesidad de mirar al cielo, hacia un punto específico (que cambia en cada ocasión), con la absoluta certeza de que algo puede pasar, como si en cualquier momento algo se presentará para mi en ese rincón azulado, como si algo fuera a levantarme y llevarme más allá de lo que puedo llegar comúnmente, como si una verdad fuera revelada. Y tal vez ese último punto sea la clave... siempre que miro al cielo de esa forma alguna duda se aclara, alguna idea condensa o algún pensamiento nuevo nace... y ¡es tan reconfortante!

¿Sugestión? ¿Locura? ... no quiero juzgarlo ni ser juzgado por ello, no viene a lugar. Al fin y al cabo es una de esas cosas simples de la vida que me acercan la felicidad.

Y así sin más me gusta saber que se puede encontrar felicidad en cosas tan simples.

Y así sin más me gusta pensar que todos podemos encontrar esa felicidad, aunque sea algo pasajero.

Y así sin más me gusta saber que el cielo siempre estará ahí... ¡el azul eterno que nos dedica su sonrisa!

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